jueves, 28 de marzo de 2013

La corrupción política no es un mal nacional, sino europeo

 Zona Crítica

UE: no es una grieta, es un derrumbe

La UE ha demostrado con Chipre que nadie puede llamarse a engaño: los fiascos de sus bancos -los fiascos del capitalismo para ser más precisos-, se pagan entrando a saco en las cuentas corrientes de los ciudadanos. Tras los habituales globos sonda y desmentidos, Bruselas confirma que estudia aplicar a otros países esa “contribución de los ahorradores”. Incluso existe un apoyo global a la medida del Ministerio de Economía español. Es decir, al cobro en especie, como nos venían practicando, se añade ahora el saqueo directo. La UE incurre en dos graves contradicciones para su ideario: no respetar ni la propiedad privada, ni la libre circulación de capitales. E induce a guardar los dineros en lugar seguro: ¿los bancos alemanes?  
 Europa fue –y aún es- una idea esplendorosa que ha caído abatida por los errores –intencionados, la mayoría-. Partimos de su pecado original: constituirse en una unión económica que nunca ha logrado trasladarse a lo social. Añadamos el fuerte nacionalismo de sus componentes. Y, como guinda, el predominio de la potente Alemania que, en particular desde el inicio de la crisis, pincha y corta a su antojo. Con la aquiescencia general, desde luego.
 Fue Alemania, su canciller Angela Merkel, la que introdujo en nuestras vidas la “austeridad” dándole carta de naturaleza definitiva en la cumbre del G20 en Paris en 2011. Con ella tapaba bajo siete mantas de amianto la peregrina pretensión de “refundar” el capitalismo que se había alumbrado tras el desplome de Lehman Brothers y todo el sistema financiero internacional en 2008.
 Alemania, sus bancos, han salido intensamente beneficiados de la Unión. Y todavía más, de la “crisis de la deuda” que se nos vino encima, “casualmente”, sin que nadie la esperara. En lugar de establecer eurobonos para afrontarla o alguna regla al menos para evitar el fuerte desequilibrio en la financiación (Alemania paga su endeudamiento a poco más del 1% y España en torno al 5%), siguió utilizando al BCE para surtir de dinero a los bancos privados al 1% de interés. Como dice el economista Juan Torres López: “Si los saldos presupuestarios negativos del sector público desde 1989 se hubieran financiado al 1% por un banco central auténtico, nuestra deuda soberana sería ahora de algo menos del 15% del PIB y no de casi el 90% que vamos a superar en 2013”. La nuestra, la de España. En realidad toda Europa –no solo la del euro- se está hundiendo por las erráticas políticas que se aplican. Las que han desatado la mayor crisis social de la década o de varias décadas, como reflejan los datos de la propia UE. “No hay precedentes de unas diferencias tan grandes entre el sur o la periferia y el norte de la zona euro”, explican en concreto.
 La defensa a ultranza de los bancos alemanes le viene grande, sin embargo, a la hija del pastor prebisteriano germanoriental (en explosiva mezcla) y Europa se le ha ido de las manos. La troupe de mediocres que la ampara no hace sino afianzar el desconcierto. Europa ha perdido peso en el mundo. A borbotones. Europa se desmorona como un edificio en ruinas.
 Lo primero que llama la atención de la odisea que vivimos es la opacidad de la toma de decisiones. ¿Quién ha dado la orden de crucificar tan a las claras a los ciudadanos chipriotas y a todos cuantos les venga en gana? ¿Alemania, el FMI, la Troika en su conjunto, la Comisión, el Consejo Europeo, el ECOFIN? A la mayoría de ellos no los hemos elegido. No a todos por voto directo. Pero lo peor es que desde los tiempos de MERKOZY todo se hace a escondidas, en secretas camarillas, antidemocráticamente.
La UE se ha convertido en un paquidermo al que envían sus sobrantes los partidos nacionales. Buena culpa de ello es de los votantes que “no se fijan” en lo que votan. Los lobbys campan a sus anchas por la sede del Parlamento de Estrasburgo. Sus regalados diputados -que viajan por su voluntad en primera clase y trabajan como máximo tres días y medio a la semana- no dan abasto para atenderles. Más, cuanto mayor es su poderío económico para hacerse oír. ¿Cómo puede funcionar nada limpia y eficazmente así?
La UE maneja un presupuesto anual de más de 140.000 millones de euros. Plagada de organismos diferenciados, 38.000 personas trabajan en la Comisión y  más de 7.600 en el Parlamento. Y hay que sumar todos los cargos y diputados. Evidentemente, ejerce una labor positiva sobre muchos aspectos del funcionamiento de los países, pero son incontables las partidas y estudios que podrían suprimirse por su irrelevancia. Claro que no sabemos el interés de los lobbys en que se traten esos temas.
Acaban de aprobar los presupuestos para el nuevo período que se inicia en 2014, sin haberse celebrado las elecciones que podrían dar otra composición. Y… han vuelto a clavarnos la austeridad hasta final de la década. Mermando por primera vez el cómputo total de gasto que, con seguridad, no será a costa de su inmensa burocracia sino de materias fundamentales que afiancen la ideología hoy dominante. Y ahora dan un paso más, un salto en el vacío, al añadir nuestras carteras en lo susceptible de desvalijar. La autoría última parece definirse pese al oscurantismo: el copyright, oh, milagro, también es de Merkel. ¿Dinero en desbanda a sus bancos? ¿Quién se arriesga a depositarlos en otro lugar? ¿Tiro de gracia a la UE y, lo que es mucho peor, a sus ciudadanos?
La Unión Europea precisa una regeneración radical. De bayetas, estropajos, fumigadores, apuntalamiento de cimientos y vigas maestras. Y eso se consigue sabiendo qué se vota allí como primer paso. Erradicar el problema para convertir la UE en aliado de los intereses ciudadanos. Con otro Parlamento, otra Comisión, otras instituciones, otro estatus para el BCE, sin duda, sería posible mermar el poder del Consejo de jefes de Estado y gobierno. El club de fútiles que se deja manejar por Merkel. Los que han decidido o amparado –en última instancia así es- que los costes de su pésima gestión los pague la sociedad. O eso, o romper la baraja y que cada uno tire por su lado. 
 Sería una lástima consentir que los burócratas neoliberales acaben con Europa. Está a punto de ser, si no es ya, únicamente el Museo del mundo, lleno de ciudadanos depauperados como atrezzo. A España le interesa en particular, a ver si de una vez una Europa de los ciudadanos logra aventar la caspa ancestral que se apega obstinada a nuestras raíces.

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